martes, 29 de abril de 2014

Habitantes de la Vega: el mochuelo europeo

Foto: Karen Arnold
De apenas 25 cm, el mochuelo europeo (Athene noctua) es una de las rapaces nocturnas más enérgicas, altaneras y pequeñas de la Vega. Se distingue con rapidez, por su pequeño tamaño y aspecto rechoncho de cabeza achatada. Sus colores están en sintonía con su modo de vida crepuscular y diurno, es la más terrestre de las rapaces nocturnas. Esta granuja viste colores oscuros y parduzcos en las partes superiores, siendo las inferiores de colores blancos. Todo su regordete plumaje esta moteado y listado. Sus alas cortas gestan, suscitan y crean un vuelo rápido y ondulante.

El mochuelo, ya esté entre cipreses o en bajos oteaderos, nos posibilita y allana el camino hacia su identificación gracias a su lastimero y felino reclamo. Es muy común la comunicación entre parejas, en la cual cuando un individuo proclama su amor a los cuatro vientos, el otro enseguida contesta (si es correspondido, claro). El canto de estas pequeñas tiene, además, un papel fundamental a la hora de delimitar sus territorios. En consecuencia, al escuchar un reclamo que no les es familiar, enseguida se sienten amenazadas y responden fuerte, alto y claro a los posibles usurpadores.

Escucha su sonido   

Aunque de hábitats variados, suelen tener preferencia por zonas de cultivo y laboreo, olivares y dehesas, donde insectos en primavera y roedores en invierno son la clave de su sustento. Con tanto romanticismo no tienen tiempo de hacer nidos, así que aprovechan huecos en árboles, en edificios o en madrigueras, para poner sus huevos, de 3 a 5, blancos y elípticos. Durante la incubación, el macho alimenta gustosa y placenteramente a su eterna amada. Son aves sedentarias, y suelen tener la misma pareja durante toda su vida.

Foto: Trebol-a
No hemos podido tener más cerca a estas aves durante el desarrollo del hacking, y hemos conocido de primera mano a unos vecinos de la Vega, cómodamente instalados, que os presentaremos en una próxima entrada.

domingo, 20 de abril de 2014

¡¿Egagrópilas?! Sí, egagrópilas

Egagrópila recién expulsada de lechuza en un oteadero del IFAPA.
Se aprecian los incisivos de un pequeño roedor.

Una de las herramientas más útiles para poder seguir los rastros de las lechuzas son las egagrópilas. Para explicar qué son estas pequeñas bolas de pelo y hueso, e incluso a veces de insectos o plumas, contaremos la historia de una de las integrantes de nuestra aventura: la Princesa Mononoke, lechuza apadrinada por Victoria Gómez Molero y Juan Lorente Rejano.

Para Mononoke, la noche en la vega granadina puede dar muchas más vueltas de lo que nos podríamos imaginar. Su día comienza cuando el sol cae, y algo en su interior le indica que debe despertar del letargo diurno para comenzar a sobrevolar entre el silencio nocturno.

Durante toda la jornada pululará incansable y esperanzada buscando pequeños mamíferos, insectos e incluso alguna avecilla a la que sorprender en cualquier dormidero. Parece una tarea prácticamente imposible de realizar… ¿Buscar pequeñas presas en mitad de la noche? Para Mononoke es bien sencillo, le basta con utilizar su finísimo oído, 20 veces superior al nuestro, y posarse en un oteadero simplemente a escuchar. El crujir de una pequeña espiga, el azaroso trabajo de un topillo al excavar su madriguera, o el caminar tranquilo de una salamanquesa son más que suficientes para delatar su presencia. Acto seguido la princesa se abalanzará sobre su presa sin avisar con el batir de sus alas, para caer como un resorte sobre el pequeño topillo. De manera instintiva dará muerte a su presa con un picotazo certero, para acto seguido comenzar a engullirla en la mayoría de los casos entera, siempre empezando por la cabeza.


Egagrópilas viejas encontradas en un antiguo posadero de lechuza,
que ya han perdido su color negro original.

Una vez saciado su apetito y con las luces del nuevo amanecer, Mononoke vuelve a su ciprés a pasar dormitando el día. En este momento ocurre algo increíble en su interior. Gracias a su potente aparato digestivo, desechará todos los huesos y pelos del pequeño mamífero para quedarse solamente con la parte nutritiva, y de manera totalmente voluntaria aunque vital, expulsará una egagrópila de unos 45mm de largo por 25mm de diámetro de color negro y ovalada.

El análisis de esta egagrópila (que explicamos en la siguiente entrada) la convertirá para nosotros en un pequeño libro, donde intentaremos leer de manera detallada y exhaustiva qué ha pasado durante la noche. Imaginarnos a la dama blanca trasegar con presas que posiblemente pongan en entredicho su supervivencia, nos pone los pelos de punta solo de pensarlo.


Egagrópila antigua con restos de un gorrión común.