jueves, 8 de mayo de 2014

Búsqueda y análisis de egagrópilas


Seguir los rastros de cualquier animal siempre es una tarea fascinante, más aún si, como en nuestro caso, se trata de la lechuza común. Sin duda el rastro más distintivo de la lechuza serán las egagrópilas. Gracias a ellas podemos saber qué áreas de campeo utilizan, cuáles son sus oteaderos más frecuentes, qué lugares prefieren para pasar el día o qué se han llevado al pico durante la noche.

Un secadero de tabaco rodeado de cultivos al atardecer... Si hay lechuzas en la zona,
es probable que aquí encontremos indicios de ello. Foto de Juan Martín López.

Para localizarlas es de vital importancia conocer la biología de la especie. Al llevar a cabo su búsqueda nos centraremos en árboles de bastante altura, tales como cipreses, álamos, o incluso en los plátanos de sombra. Hace una semana, en una platanera del centro de Granada, había dos lechuzas volando a sus anchas y ululando sin parar… Quizás se acerquen más a la ciudad de lo que nos imaginamos.

Pero sin duda el mejor lugar para localizar restos de lechuzas en nuestra zona serán los antiguos secaderos de tabaco. Son lugares tranquilos, generalmente rodeados de cultivos, y que presentan las condiciones idóneas para ser un lugar transitado por las damas de la noche. Muchas veces nos fijaremos en los blancos restos de excrementos (mucho más visibles) para encontrar las pistas que nos lleven hasta ellas.

Una vez localizadas, las egagrópilas serán guardadas en pequeñas bolsas de plástico, anotando los datos que sean de nuestro interés en nuestra libreta de campo. Podrán ser guardadas durante un tiempo indefinido siempre y cuando estén en un lugar fresco y seco. Aunque nunca está de más poner algún producto antifúngico para evitar posibles sustos.

Los restos de esta egagrópila, una vez limpios, nos cuentan que esta lechuza
incluyó un topillo y tres ratones en su menú de aquel día.

Ya recolectada la egagrópila, toca responder a la gran pregunta: ¿Qué hay en su interior? ¿Habrá ratones, ratas, musarañas? Se puede llevar a cabo un protocolo que puede ser de dos tipos, en función de si las analizamos en fresco o en seco. Cada uno tiene sus ventajas y sus inconvenientes, y una cosa en común… ¡Que siempre disfrutaremos haciéndolo!


Procedimiento  Seco

Con ayuda de una lanceta y unas pinzas iremos abriendo con mucho cuidado la egagrópila para ir separando los huesos y el pelo. A veces podemos incluso encontrarnos restos de élitros de algún insecto. Cualquier material biológico detectable nos aportará una información valiosísima. Además, pondremos especial atención en los cráneos y en su dentición, ya que son vitales a la hora de identificar muchas presas. Una vez separados los huesos y retirado todo el material que no nos aporte información, los introduciremos en agua oxigenada durante un par de horas. Así conseguiremos que los huesos queden de un tono más blanquecino y se eliminen los restos que puedan quedar. Finalmente guardaremos los huesos o restos de insectos, una vez que estén bien secos, en una bolsa de plástico hermética.


Procedimiento  Húmedo

Es especialmente práctico cuando la egagrópila no es reciente y los huesos y pelo están más compactados de lo normal. Utilizaremos un pequeño recipiente, donde añadiremos agua y agua oxigenada a partes iguales, y en el que introduciremos la egagrópila. Con ayuda de una lanceta y unas pinzas separaremos de la misma manera que en el caso anterior. Una vez separados los huesos los enjuagaremos e introduciremos un par de horas en agua oxigenada pura. La ventaja respecto al método anterior, será que los huesos se depositarán en el fondo mientras que el pelo se queda en la superficie.


Una vez tengamos organizados y limpios los restos encontrados en la egagrópila, nos ayudaremos de alguna clave dicotómica de micromamíferos para analizar las presas, y así poder decir a ciencia cierta cómo de diversa es la dieta de nuestras amigas.